martes, 3 de julio de 2018

24. La Doctrina de Infalibilidad Papal


24. La Doctrina de Infalibilidad Papal: 
La infalibilidad papal, también conocida como "la infalibilidad del Magisterio" es la idea de que el Pontífice Romano o “papa”, no sólo tiene autoridad de ser "Supremo Pastor de la iglesia", sino que también tiene la facultad de "proclamar con acto definitivo una doctrina referente a la fe o a la moral", y "todo fiel debe adherirse a tales enseñanzas". En muchos contextos se cree que si él o el conjunto de obispos que pertenecen al magisterio católico deciden dogmatizar una doctrina distinta o hacer una declaración nueva de fe distinta de la Biblia, éste tendrá que ser aceptada por todos los católicas, porque se dice que no pueden mentir, ni equivocarse y son “infalibles”. Esta doctrina se convirtió en un dogma en el Primer Concilio Ecuménico del Vaticano en el documento titulado "Pastor aeternus" en 1870, cuando, de forma oficial, los obispos y el propio Papa Pío IX se adjudicaron a sí mismos esta postura, que ya se enseñaba en el catolicismo desde la época medieval. En 1950, Pío XII se refirió a la infalibilidad papal diciendo: "Si cualquiera, Dios no lo quiera, se atreviera a negar o cuestionar voluntariamente aquello que nosotros ya definimos, que se sepa que ha caído completamente de la fe divina y católica" (Munificentissimus Deus). En 1964, la doctrina sobre "la institución, perpetuidad, poder y razón de ser del sacro primado del Romano Pontífice y de su magisterio infalible, el santo concilio la propone nuevamente como objeto de fe inconmovible a todos los fieles" (Lumen  Gentium, Cap. 3). También usa como justificación para sostener la doctrina de infalibilidad de la iglesia.

La Biblia dice: “todos se han desviado, a una se han corrompido; no hay quien haga el bien, no hay ni siquiera uno” (Salmos 53:3). También enseña que todo hombre es falible y propicio a hablar falsedad (Romanos 3:4). Cristo mismo, que es el verdadero Pastor Supremo de la iglesia y no ningún hombre, dijo que: “No hay bueno, sino Dios” (Marcos 10:18). Ningún hombre ni concilio de hombres tiene el derecho de determinar lo que es verdad si ésto contradice lo enseñado por Cristo y las Escrituras: “Todo el que se desvía y no permanece en la enseñanza de Cristo, no tiene a Dios; el que permanece en la enseñanza tiene tanto al Padre como al Hijo. Si alguno viene a vosotros y no trae esta enseñanza, no lo recibáis en casa, ni lo saludéis” (2 Juan 1:9). La Biblia también dice: “Maldito el hombre que confía en el hombre” (Jeremías 17:5). El apóstol Pablo indicó que ningún ser humano tendría facultad de declarar ninguna cosa distinta a lo que ya estaba establecido en el Evangelio anunciado por Cristo y en las Escrituras: “hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo. 8Pero si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciara otro evangelio contrario al que os hemos anunciado, sea anatema. Como hemos dicho antes, también repito ahora: Si alguno os anuncia un evangelio contrario al que recibisteis, sea anatema” (Gálatas 1:7-9). También advierte: “Yo testifico a todos los que oyen las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añade a ellas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro” (Apocalipsis 22:18,19). Dios desaprueba a quienes se justifican a sí mismos y tienen un mal corazón (Lucas 16:15) y a quienes se creen justos en sus propios ojos (Prov. 26:12). Dios rechaza a quienes se exaltan a sí mismos y advierte a quienes que se hacen pasar por encima de los demás: “Abominación al SEÑOR es todo el que es altivo de corazón; ciertamente no quedará sin castigo” (Proverbios 16:5).

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